El Laberinto parte 2

domingo, 30 de junio de 2013

 


Continúa la leyenda y he aquí que, con el correr de los años, el Minotauro, dentro de su laberinto, se convierte en un verdadero elemento de terror. El rey de Creta, por cuestiones de guerra, cobra a los atenienses un espantoso tributo: cada nueve años tienen que enviar a siete jóvenes y siete doncellas vírgenes como sacrificio para el Minotauro.

En la tercera oportunidad, se levanta un héroe en Atenas, el ateniense por excelencia, Teseo. Teseo se propone a sí mismo no asumir el reino de su ciudad hasta tanto no la pueda liberar de semejante castigo, hasta tanto no pueda matar al Minotauro. El Laberinto Teseo se apunta él mismo para ir entre los jóvenes que van a ser sacrificados, llega a Creta, y con la clásica estratagema de enamorar a la hija de Minos, Ariadna, logra que esta le entregue un ovillo de hilo para penetrar en el laberinto y, tras matar al Minotauro, encontrar la salida. Efectivamente, el ovillo es fundamental. Entra y lo va desenrollando a medida que penetra por los intrincados pasillos.

Cuando llega al centro, con su fuerza descomunal y su voluntad, mata al Minotauro y logra salir. Si leemos historias simples y sencillas, Teseo mata al Minotauro con una espada, a veces con un puñal. Pero si nos vamos a los más viejos relatos y a las figuras que encontramos en antiguos vasos áticos, Teseo mata al Minotauro con un hacha de doble filo. Una vez más, el héroe, que se abrió camino dentro del laberinto, cuando llega al centro realiza el prodigio con un Labris, con un hacha doble. Hay un misterio más que dilucidar todavía: lo que Ariadna entrega a Teseo no es exactamente un ovillo, sino que es un huso alargado con hilo. Y este huso es el que Teseo irá desenvolviendo a medida que penetre en el interior del laberinto.

Pero cuando Teseo sale y comienza a recoger su hilo y enrollarlo nuevamente, lo va a sacar perfectamente circular. Ahora sí es una esfera, un ovillo. Este símbolo tampoco es nuevo. El huso alargado con que Teseo penetra es la imperfección de su propio ser interior, que necesita desenvolverse, pasar una serie de pruebas. La esfera que construye al recoger el hilo es la perfección lograda al haber dado muerte al Minotauro, tras haber pasado la prueba y salido nuevamente al exterior. Laberintos hubo muchos y Teseos también.

No faltan tampoco en España. En toda la zona del Camino de Santiago de Compostela y en toda Galicia, existen infinidad de grabados en piedras, antiquísimos, de laberintos dibujados, repetidos sistemáticamente como si fuesen una señal, una marca que atrae también al peregrino del Camino de Santiago y le induce a recorrer este sendero que, si bien a nosotros se nos presenta como recto, en cuanto al sentido simbólico y de realización espiritual es también un laberinto. Laberintos encontramos en Inglaterra, en el famoso castillo de Tintagel, donde se dice que nació el rey Arturo. También los encontramos en la India, donde fueron tomados como símbolo de meditación, de reconcentración, de retorno sobre el propio eje.

Y en el Antiguo Egipto, en la ciudad de Abydos, tan antigua que casi se entronca con la historia predinástica de Egipto, es donde existía un laberinto que se llamaba Caracol; era el Caracol de Abydos y, precisamente, un templo circular, en cuyos pasillos se celebraban ceremonias relativas al tiempo, a la evolución, a los muchos caminos que tenía que recorrer el hombre hasta encontrarse con el centro, que es en realidad el mismo hombre. Incluso, y refiriéndose a Egipto, este Caracol de Abydos parece haber sido nada más que la parte infinitesimal de otro enorme laberinto, al cual hace referencia Herodoto, diciendo que el laberinto egipcio era tan grande, tan tremendo, tan maravilloso y tan fantástico, que la Gran Pirámide quedaba oscurecida a su lado.

Hoy no lo encontramos y solo nos quedan los datos de Herodoto. Como de costumbre, los hombres, después de haber llamado a Herodoto durante muchos años “El padre de la Historia”, “Herodoto el Veraz” y otras cosas por el estilo, como no todo lo que menciona se encontró, afirmamos que no estaba muy seguro de lo que decía. La cuestión es que tantas cosas han aparecido que quizás valga la pena tener paciencia y ver si no aparece también aquel laberinto que mencionaba el historiador griego. En el Medioevo, en las catedrales góticas, tampoco faltaban laberintos. Uno de los más famosos, y que suele representarse en casi todas las ilustraciones, es el laberinto de Chartres, dibujado en las losas del pavimento de la gran catedral, laberinto que no es para perderse sino para recorrer, en una especie de camino iniciático, de camino de realización y de logros, que el candidato, el discípulo, aquel que pretende acceder a los Misterios, debe recorrer.

Es dificilísimo perderse en el laberinto de Chartres; los caminos están perfectamente señalados, las curvas y los trayectos están a la vista, pero lo importante es llegar al centro, a la piedra cuadrada donde los clavos marcan las distintas constelaciones y donde el hombre, de una manera alegórica, ha llegado al Cielo, se ha incrustado entre las deidades. Probablemente todos estos mitos de la Antigüedad, y aun los laberintos simbólicos que se trazaban en las catedrales, obedecían no tanto a una realidad histórica, sino tal vez a una realidad psicológica.

Y la realidad psicológica del laberinto está tan viva hoy como siempre. Si en la Antigüedad hablábamos de un laberinto de Iniciación, que es el camino para que el hombre pueda realizarse a medida que lo recorre, así también hoy debemos hablar de un laberinto que se traduce en forma material y en forma psicológica. En forma material no hay que buscar mucho: todo el mundo que nos rodea, todo aquello en lo que estamos inmersos, en donde vivimos y nos desenvolvemos, constituye un laberinto. Lo que pasa es que ni los que penetraban en los jardines de Creta se daban cuenta de que entraban en el laberinto ni nosotros, cuando estamos en nuestro mundo circundante, somos conscientes de estar en un laberinto.

Sin embargo, los jardines cretenses lo eran, como nuestro mundo circundante es un laberinto que suele atrapar. Psicológicamente, la angustia de un Teseo que buscaba al Minotauro para matarle es también la angustia del hombre que teme y que está desconcertado. Tenemos miedo porque no sabemos; miedo porque desconocemos cosas y en ese desconocimiento nos sentimos inseguros. Temor que se manifiesta muchas veces en no saber qué elegir, no saber qué hacer, hacia dónde dirigirse, y dejar correr los años de la vida en una medianía perpetua, agotadora y tristísima: todo a cambio de no tomar una decisión y no ser, ni una sola vez, firmes. Desconcierto es la otra enfermedad que nos aqueja psicológicamente en el laberinto actual. Desconcierto porque, obviamente, es muy difícil poder decir de nosotros mismos quiénes somos, de dónde venimos y adónde vamos.

Estas tres postulaciones tan simples, tan sencillas, que casi no parecen preguntas, sino cosa de niños, son las que crean, sin embargo, nuestro desconcierto fundamental. ¿Qué sentimos darle a nuestra vida sino un puro desconcierto? ¿Para qué trabajamos o para qué estudiamos? ¿Para qué vivimos y qué es la felicidad? ¿Qué perseguimos? ¿Qué es la tristeza y cómo la adivinamos? Psicológicamente, seguimos inmersos en un laberinto; psicológicamente, aunque no haya monstruos, aunque no haya pasadizos, estamos perpetuamente atrapados.

Claro está que el mito nos ofrece una solución. Teseo no entra con las manos vacías al laberinto; tampoco es lógico que nosotros resolvamos el problema de nuestro laberinto con las manos vacías. Teseo lleva dos cosas: un hacha (o una espada, como se quiera) para matar el monstruo, y un huso de hilo, su ovillo para encontrar el camino. Traduzcamos un poco esto a nuestro lenguaje. El hacha o la espada ha sido siempre un símbolo de voluntad. ¡Cuántas tradiciones medievales recogen todavía aquello de la espada clavada en la piedra que sólo el hombre de fuerte voluntad va a poder extraer! ¿Qué es eso de extraer la espada de la piedra? Es la voluntad que extrae lo vertical de la materia, que es horizontal; es decir, que una de las fundamentales armas que necesitamos para abrir los caminos en el laberinto es voluntad, fuerza de voluntad.

Otra arma importantísima es el hilo, la astucia del hilo que se va a desenvolver por los caminos para encontrar el regreso. Ese hilo es perseverancia y, diríamos más, es memoria. ¿Por qué se echa el hilo por los caminos del laberinto? Porque nosotros estamos imposibilitados para recordar por dónde caminamos, por dónde vamos, con qué escollos tropezamos y por dónde podemos salir.

No pudiendo recordarlo, utilizamos el sortilegio del hilo que volveremos a encontrar y nos va a indicar el camino del regreso. Es la posibilidad laberíntica de no repetir los mismos errores, de reconocer aquellos sitios que hemos ido hollando con nuestra propia evolución y de saber cuáles son los caminos que nos quedan por recorrer y cómo debemos hacerlo. Para los griegos Ariadna es el alma que, en el momento justo, cuando Teseo está más desesperado, le entrega una respuesta y una salida, una llave, una solución. Eso que vibra, eso que vive, eso que nos proporciona las soluciones en el momento justo, eso es Ariadna, el alma, la salvadora que aparece oportunamente y nos da la solución para resolver nuestro problema.

El Minotauro es exceso de materia, es la materia que crece, que atrapa y todo lo traga para sí. Es a ese exceso de materia al que hay que destruir, antes de que él destruya al Teseo que entra en el laberinto. Cuando se toma conciencia del laberinto, cuando se penetra en él, tanto hoy nosotros como Teseo en la mitología griega, hay que concienciar también la importancia de encontrar la salida. El que halla la salida, destruye el laberinto. Sin embargo, hay que tener en cuenta que la salida del laberinto no está fuera; la salida del laberinto está exactamente en el centro, en el corazón del laberinto.

El que penetra en el laberinto y, advirtiendo sus recovecos y tortuosidades, siente miedo y huye, el que pretende escapar hacia los laterales o quedarse fuera, o tan solo husmear apenas la superficie, ese no resuelve el laberinto. Hay que hacer verdaderamente como Teseo: introducirse, caminar, llegar al centro mismo. En el centro está la salida, no hacia fuera. Hay que tener la valentía de un Teseo y enfrentar los monstruos. Ciertamente, es muy difícil que se nos aparezca a nosotros este elemento prehistórico mitad hombre, mitad toro. Pero nosotros tenemos monstruos diarios que se nos enfrentan y con los que debemos batallar, si es que nos atrevemos. Dudas, preocupaciones, rencores, temores, inseguridades que, aunque no tomen cuerpo físico, viven en nosotros y tienen tentáculos tan poderosos como el Minotauro de Creta.

A estos hay que saber enfrentarlos con las armas de la voluntad, de la inteligencia, de la memoria. Dicen los antiguos que el laberinto no se recorría de cualquier forma, que la manera ideal de recorrer el laberinto era danzando o realizando pasos de tal forma que todos estos pasos describiesen figuras; figuras en el suelo, figuras en el espacio, figuras rituales y mágicas. Nosotros, de alguna forma, deberíamos danzar a lo largo de la vida, llamando así al proceso de evolución.

Si logramos que cada uno de nuestros pasos no se resuelva tan solo en su laberinto horizontal, sino que, por el contrario, esté en un escalón superior, un punto más arriba, habremos realizado esa extraña y misteriosa danza que es la evolución y aprendido a dar esos pasos justos y medidos, esos que no se dan de cualquier manera y en cualquier sitio, sino que son “los pasos del camino”. En todos nosotros está también el trabajo de despertar a Teseo, darle vida, sacar ese héroe a la luz.

En todos nosotros existe un segundo nacimiento, que no es el de haber aparecido a la vida físicamente, sino ese otro en el cual nuestro héroe interior se manifiesta con sus mejores armas, con sus mejores galas, con sus mejores fuerzas y cualidades. Indudablemente, no somos todos iguales; no somos todos igualmente heroicos, ni a la hora de practicar la heroicidad nuestros actos coincidirían.

Hay quienes van a ser heroicos en un sentido y quienes lo van a ser en otro: unos se volcarán hacia el estudio, hacia las ciencias, hacia el arte, hacia la religión, hacia la política; otros se volcarán hacia la meditación interior; los hay que se volcarán hacia su familia, hacia sus seres queridos, hacia, simplemente, adornar la vida de los que tienen alrededor. Mas todo eso es un acto heroico si nace del verdadero ser interior.

Por eso hemos escogido el tema de un héroe griego que penetra en el laberinto, que mata a un monstruo y que se encuentra con su alma, que le ayuda para salir. Viejo tema que nos permite comprobar una vez más que los años han pasado y que las civilizaciones solo aparentemente han cambiado mucho.

El problema de recorrer el laberinto y salir de él sigue siendo nuestro. Las armas de Teseo pueden ser nuestras armas, y ese héroe que adorna las páginas legendarias, que nos maravilla con sus vestiduras, con sus cabellos de oro, ¡también está en nosotros!

1 comentarios:

Janeth dijo...

Te felicito por este articulo tan eficaz y completo sobre la interpretacion del laberinto concuerdo con todo lo que tan efectivamente sugieres amigo un exelente articulo,....Gracias